Duke Ellington – Live At The Berlin Jazz Festival 1969-1973 (Edición limitada)

Edición de 180 gramos numerada a mano

Limitada a 2.000 ejemplares en todo el mundo

Cubierta de tacto suave con estampado dorado y gofrado

Funda interior impresa; prensado en Optimal en Alemania

El 8 de noviembre de 1969, en el escenario de la sala principal de la Filarmónica de Berlín, «The Duke», cuyo retrato es el cartel del Festival Jazztage que celebra su 70 cumpleaños, se unió lentamente a su piano. Al frente estaba su orquesta, adornada con una sección reluciente, algunos de los cuales le han acompañado durante 30 años, como Cootie Willams y Cat Anderson. Los legendarios saxofonistas Paul Gonsalves y Johnny Hodges y Russell Procope también estuvieron presentes.

En una especie de traqueteo, «The Duke» lanzó «La plus Belle Africaine». Una mezcla barroca pero perfectamente dominada de colores soleados captada durante una gira en Dakar, lanzada por el saxofón solista y luego retomada con destellos de inventiva por toda o parte de la banda. El tono está marcado. Cat Anderson se lanzó en un furioso «El Gato» que sacudió al público con su chirriante y deliberada deconstrucción, evocando los gestos revolucionarios, fragmentarios e inacabados de Thelonious Monk o Cecil Taylor. Un estudiado contraste con la suave continuación de «I Can’t Get Started», justo antes del paréntesis de 43 segundos de «Caravan», que es un travieso enlace con la extravagante «Satin Doll» que puntúa magistralmente este concierto.

En 1973, pocos meses antes de su muerte, Duke volvió a Berlín en una formación basada en su trío (Joe Benjamin al contrabajo y Quinten «Rocky» White Jr. a la batería), a la que se unieron Harold Johnson a la trompeta, el clarinetista y saxofonista barítono Harry Carney – y su compañero de siempre, el saxofonista tenor Paul Gonsalves. Duke Ellington da aquí un lugar central a su piano, convirtiéndolo a la vez en la fuerza motriz del conjunto y en su columna vertebral armónica y rítmica.

En el blues que abre el concierto, escuchamos a Debussy. Le sigue «Take the A train». A Duke le gustan los cambios de humor. Sólo, aquí y allá, toques de discurso discontinuo nos recuerdan la sagacidad con la que «The Duke» supo inspirarse en las audaces armonías de sus contemporáneos. Y entonces se atreve con todo. Como ofrecer a su banda el virtuosismo rítmico de Baby Laurence al claqué en «Tap Dance». La magia funciona. El éxito es total.

Dos conciertos en Berlín, dos facetas de un universo poético, dos visiones de un alquimista que supo extraer con ligereza, pero también con una mezcla de júbilo y autoridad, de las fuentes armónicas de toda música y que hacen tan pertinente la fórmula que amaba: «sólo hay dos tipos de música: la buena y la mala». Hemos tenido el privilegio extremo de resucitar la mejor.